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Las alarmas de incendio de antaño: El tañido de La Paila versus el ulular de las sirenas
Una de las primeras medidas que adoptó un Cuerpo de Bomberos en el país, para advertir a sus Voluntarios la existencia de un siniestro se adoptó en Valparaíso, cuando la Comandancia porteña dispuso la instalación de una estrella de bronce en el frontis de la casa de los voluntarios.
El libro “Historia del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso” (1998) señala que “en caso de incendio los serenos debían correr la voz de alarma, por todos los puntos de la ciudad, indicando el paraje donde ocurría el siniestro y avisando al mismo tiempo a los oficiales Bomberos”. Como dato histórico, el texto señala que en base a esta información “se pudo comprobar que la costumbre colonial de los serenos pregoneros continuaba, en su plenitud, durante la mitad del siglo pasado”.
La tarea de los serenos era apoyada también por el tañido de las campanas instaladas en las iglesias de la ciudad, además de las que existían “en la Gobernación (posteriormente denominada Intendencia) y la de la Capitanía de Puerto (después Gobernación Marítima)”. Las tonadas eran percibidas tanto en el centro como “en los aledaños de la ciudad que había empezado a crecer con vigor”, señala el libro.
Mientras tanto en la capital, la carencia de un método rápido para anunciar los siniestros, obligó la instalación de La Paila, campana que hoy está situada en lo más alto del Cuartel General del Cuerpo de Bomberos de Santiago. Se escogió este sistema, ya que en el año 1867 no existía el servicio telefónico en la capital, y adoptar el sistema de alarmas telegráficas empleado en Nueva York, habría sido demasiado costoso.
Jorge Recabarren –fallecido Voluntario de la Primera Compañía de la capital- indicó en su libro “Historia del Cuerpo de Bomberos de Santiago” (1938) que en las noches de incendio nadie lograba conciliar el sueño. “A las campanadas y silbatos, se agregaba el ruido de las bombas que acudían al incendio y las carreras, a pie o a caballo, de los bomberos”. Sin embargo, destacó Recabarren, “todo este estrépito fue soportado sin reclamos por el vecindario y, poco a poco, el mismo Cuerpo de Bomberos fue modernizando su sistema de alarmas"
Al igual que en Valparaíso, antes de ser establecidos los sistemas de Guardias Nocturnas en los cuarteles, el aviso de las alarmas en la capital era realizado por la policía, quienes identificaban las casas marcadas por una insignia, y golpeaban la puerta hasta que el bombero despertara.
A mediados del año 1875, seis eran las campanas – propias del Cuerpo de Bomberos- situadas en la ciudad del puerto. De todos modos, esa cifra fue considerada escasa debido a que “los grandes barrios de la ciudad carecían de ellas”. Por tal razón se recomendó aumentar “tanto las campanas como también, adoptar algún temperamento para que al darse la señal de alarma se designe, de un modo preciso y con prontitud, el distrito en que ocurre el incendio”.
Al parecer, el aviso realizado por la policía de esos años no era oportuno y “con el fin de remediar dicho mal se han enviado diversas notas a las autoridades respectivas, y en tal virtud se acordó hacer una prueba estableciendo tres aparatos eléctricos destinados a dar las alarmas: el primero se colocaría en el Cuartel General; otro, en el de la policía; otro en el Cuartel de la Tercera Compañía. Así, en el mismo momento en que ocurra un incendio, se sabrá en los tres puntos más centrales de población, facilitándose extraordinariamente la transmisión de las alarmas”.
Recién en 1887 se consiguió una solución, de raíz, a las problemáticas transmisiones de las alarmas. En el ejemplar biográfico de Valparaíso se expresa que “después de intentar diversos arreglos tendientes a mejorar la transmisión de las alarmas, y continuando muy defectuoso y tardío el auxilio que debía esperarse de la policía, hubo de contratarse diez teléfonos conectándose los diversos cuarteles y el Depósito de Material con la oficina central de teléfonos”. Esta adquisición, exuberante adelanto tecnológico para la época, consiguió remediar las demoras en el despacho del material, aunque el aviso al voluntariado continuó siendo defectuoso
Los Bomberos santiaguinos tampoco conseguían hallar una solución para modernizar sus métodos de alarmas, y en el año 1900 encomendaron al Vice Superintendente de la institución, concurrir al Congreso Bomberil de Berlín, con el propósito indagar respecto a los sistemas que utilizaban los Bomberos europeos.
Al regreso, el extenso informe final indicó que “el Cuerpo de Bomberos de Londres consta de “1.219 hombres, 260 caballos, 65 cuarteles, 68 bombas a vapor y 21 bombas a palanca. Las bombas son casi todas Merryweather y Shand Mason. Hay, además, un cuerpo independiente -sostenido por las compañías de seguros- que tiene cinco cuarteles y materiales para salvar objetos y mercaderías. Guardando las debidas proporciones, nuestros bomberos sólo pueden envidiar a los de Londres sus sistema de aviso de incendios”.
El extenso informe consignaba además que los Bomberos de París estaban conformados por “1.701 bomberos y cincuenta y dos oficiales. La ciudad se encuentra dividida en veinticuatro zonas y cada una tiene una oficina central con cuatro carruajes. Tienen 184 caballos y el servicio de alarmas comprende veinticinco líneas telefónicas. Y lo más importante: hay 7.900 grifos, colocados a 100 metros uno del otro”.
Por último, se hizo referencia a que el Cuerpo de Bomberos “de Berlín tiene 826 Bomberos activos y 21 oficiales. Tiene además, casi un centenar de empleados en los que se incluyen: ocho zapateros, cuatro sastres, profesor de gimnasia, etc. Tiene 138 caballos y el material consta de doce bombas a vapor, dieciocho a palanca, nueve escalas mecánicas, cincuenta y ocho carros para diferentes usos y tres triciclos para la revisión de grifos”.
El relato indica igualmente que “el sistema de alarmas es muy avanzado y cada cuartel tiene líneas telegráficas subterráneas. El servicio telefónico es también muy desarrollado: tienen 383 teléfonos, y 34 de ellos son portátiles”.
La reseña que hizo Jorge Recabarren en su libro revela que ese mismo año 1900, se encargó un estudio a los ingenieros de los Ferrocarriles del Estado, para dotar de campanillas y martillos eléctricos a todas las compañías y casas de los bomberos. Este proyecto pretendía apresurar la salida del material mayor, y a la vez, comprometía la asistencia de un mayor número de Voluntarios a los incendios. Finalmente, la intención fue rechazada dado el alto costo que significaba su implementación -ascendía a $13.146.60 de la época- suma que no se justificaba con la poca ocurrencia de incendios, hasta ese año.
Una de las situaciones más complejas en materia de difusión de alarmas fue la ocurrida durante la revolución de 1891, en Santiago. En medio de un dificultoso escenario político-social, el Gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda dictó un decreto en el que se reservó el uso del servicio telefónico existente en el país, exclusivamente para las autoridades del Estado. Además, una ordenanza del Ministerio del Interior prohibió el toque de la campana del Cuartel General por considerarse una instancia propicia para debilitar al Gobierno, por parte de los revolucionarios.
Jorge Recabarren indicó que “privados los bomberos de uno de los medios más eficaces de que disponían para tomar conocimiento oportuno de los incendios, no les quedó otro recurso que confiar en el improbable aviso que les debía transmitir la policía”.
Lamentablemente, estas medidas preventivas del Gobierno tuvieron la peor consecuencia que alguien se pudo haber imaginado, tras producirse un gran incendio en pleno centro de la capital. El fuego, que se propagó con rapidez, destruyó a su paso las casas y almacenes que en esa cuadra se había construido y el siniestro logró extinguirse tras veinte extenuantes horas de trabajo.
A raíz de esto, el texto de Jorge Recabarren indica que “la difícil situación que se les creo a las autoridades con este desastroso incendio, les obligó a dejar sin efecto el decreto de prohibición” y a la vez, la Comandancia de la institución “impresionada por tan considerable hecatombe, ordenó que por las noches se instalara un vigía en la torre de la campana para anunciar los incendios cuando se divisara alguna hoguera”.
En diciembre de 1893, finalmente la compañía de teléfonos terminó de dotar a las 12 compañías del Cuerpo de Bomberos capitalino del servicio telefónico y de timbres, y para febrero de 1905 la institución inauguró su primera Central de Alarmas, la que ubicó en dependencias del Cuartel General.
La era romántica bomberil comienza a desaparecer con la instalación de las primeras sirenas en los cuarteles porteños. Según los registros, la primera de estas fue colocada en el Cuartel de la Tercera Compañía, en 1912, y dada la eficiencia de su uso, posteriormente se instalaron siete sirenas más, las que fueron ubicadas en “el cerro Barón, cerro Polanco, teatro Velarde, los baños del parque, el cementerio n°1, el Cuartel General de bombas y el cerro Playa Ancha”. Estas bocinas finalmente reemplazaron el tañido de las campanas diseminadas en los distintos barrios del puerto.
Con la expansión de la ciudad hacia los terrenos vecinos al centro de la ciudad de Santiago, un año más tarde que en Valparaíso, las tonadas de La Paila comenzaron a desaparecer al tiempo que se instalaban sirenas en los cuarteles. Este cambio significó un gran avance en materia de alertar al voluntariado, ya que el sonido de éstas se expandía rápidamente, y era percibido prácticamente en todos los sectores de la ciudad
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