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Reseña de la evolución de los uniformes de trabajo
Desde junio de 2007 la Junta Nacional de Bomberos, preocupada por la seguridad de todos los voluntarios que integran los más de 300 Cuerpos de Bomberos existentes en el país, adoptó una trascendental decisión: desde esa fecha, la entidad solo proporcionaría equipos de protección personal que cumpliesen las normas establecidas, en este caso, por la National Fire Protection Association (NFPA).
Estos equipos, conformados principalmente por una chaqueta y un pantalón, están compuestos de materiales como el Nomex y el Kevlar que, actuando en conjunto, son capaces de proporcionar la seguridad que el bombero requiere al momento de combatir un incendio. Estos materiales resisten temperaturas superiores a los 370°, minimizando las lesiones que sufriría un bombero expuesto a ese calor, y proveen mayor resistencia a la fricción, propia del trabajo de un bombero.
Sin embargo, las significativas ventajas que proporcionan estos uniformes “normados”, eran cualidades impensadas para quiénes extinguieron los incendios a partir del siglo XIX. Agustín Gutiérrez Valdivieso -fallecido voluntario de la Quinta Compañía y antiguo curador del museo institucional capitalino- narró en su libro “Historia del Cuerpo de Bomberos de Santiago” que “los integrantes de las seis compañías que disponía el Cuerpo Cívico de Zapadores Bomberos, conocidos popularmente como el batallón de la bomba”, debían usar según su reglamento “como distintivo una gorra en forma piramidal, de media vara de alto. Esta gorra era todo el uniforme de esos bomberos, y los protegía de las caídas de tejas”.
Dieciséis años después del “batallón de la bomba”, los fundadores del Cuerpo de Bomberos de Santiago adoptaron un vistoso uniforme, no obstante, éste carecía de las más mínimas medidas de seguridad a las que se pudo haber accedido en esa época. Jorge Recabarren, también fallecido voluntario de la 1ª Compañía de Bomberos de la capital, expresó en su libro “El Cuerpo de Bomberos de Santiago” (1938) que “en los primeros meses del año 1864, cuando las Compañías se encontraban preocupadas de organizarse en debida forma para dar vida a la Institución que habían fundado, se adoptó como único uniforme para el personal, una camisa de hilo de color de las llamadas Garibaldi, pantalón blanco, bota napoleónica, y un casco que apenas cubría la cabeza”.
Hasta fines de la década de 1890, era habitual que el voluntariado que asistía a las escasas alarmas de incendios declaradas en la ciudad, lo hiciera correctamente uniformado. Sin embargo, iniciado el siglo XX la cantidad de actos del servicio se acrecentó “y junto a esa epidemia, nació el abuso de las falsas alarmas”, detalló Recabarren. Se hizo habitual que los Bomberos se presentaran de civil a los incendios, y ante las quejas de la Policía, el Directorio de la institución santiaguina -considerando el carácter de voluntarios que tenían sus integrantes-consideró que “no era posible recargarles sus obligaciones exigiéndoles que se presentaran de uniforme a un acto imprevisto como es un incendio, cuando su sola presencia en él significa el abandono de sus ocupaciones habituales que son de por sí respetables”.
Esta disposición perduró hasta 1908, cuando el Comandante Luis Phillips estableció una serie de instrucciones relativas al servicio. Entre estas órdenes, sobresalía la prohibición de “desenganchar los caballos de las bombas para armar en una acequia o grifo, sin cerciorarse antes de que haya agua suficiente” o que las Compañías que tuvieran pitón con llave “deberán armarlo en los primeros minutos del incendio”. Pero especial énfasis hizo el Comandante en exigir el uso del uniforme de trabajo, argumentando que era motivo “de frecuentes desagrados y discusiones con la policía, el personal que concurre sin uniforme”, escribió Gutiérrez en su ejemplar.
El uso de las placas rompe filas -que hasta estos días son utilizadas por los voluntarios- tampoco estuvo exento de polémicas. En un comienzo, esta identificación consistió en una especia de credencial, sin embargo fue vulnerable a falsificaciones e incluso, se sorprendió a gente robando al interior de las construcciones siniestradas, a las que habían accedido por medio de sus acreditaciones falsas.
Junto con las identificaciones bomberiles, durante los primeros años del siglo XX se incorporó otro elemento que es utilizado hasta hoy, aunque cada día en menor medida: Las cotonas de cuero. No obstante el costo de éstas era mayor al de sus antecesoras de paño, la protección que brindaban justificaba su adquisición. En el texto de Jorge Recabarren se exhibe un extracto del balance presentado por el Tesorero General del Cuerpo de Bomberos de Santiago del año 1937.
Una idea del uniforme utilizado por los bomberos entre las décadas de los 60’ y 70’, al menos en la ciudad puerto, la entregó el Director de la 1° Compañía de Valparaíso, Darío López, al portal www.ciudaddevalparaiso.cl. Ahí, López señaló que “la situación del Cuerpo de Bomberos desde sus décadas primerizas a la actual ha cambiado mucho. Para empezar, la ropa con que trabajan es muy distinta: Antes se usaban unos pecosbil (jeans), una camisa cualquiera, unos bototos y una cotona de hule. Cuando había mucho humo mojábamos una toalla y entrábamos”.
Alrededor de la década de los 90’, se masificó el uso de los overoles (también llamados buzo de trabajo, o monos), que eran utilizados en conjunto con las chaquetas de cuero. A estos se les añadió un conjunto de cintas reflectantes, como medida de seguridad, además de la leyenda BOMBEROS, a la altura de la espalda. Aún es posible observar voluntarios vistiendo este tipo de uniformes, no obstante, el uso de los uniformes normados, proporcionados por la Junta Nacional, cada día abarca un mayor numero de Cuerpos de Bomberos.
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